Qué fácil sería catalogarlo todo en solo dos formas. Bueno o malo; blanco o negro; frío o calor. Pero para ello dejaríamos de lado miles de pequeños aspectos que, en resumidas cuentas, marcan la diferencia. Pongamos como ejemplo el cine. Existen películas consideradas como obras maestras y otras como truños.
Para mi existe otro forma de catalogar una película. No sabría muy bien cómo definirlo. Me refiero a ese tipo de película que sabemos que no pasará a los anales de la historia pero que la descubrimos en un momento de la vida en el que empatizamos totalmente con ellas. Es entonces cuando se nos olvidan si los efectos especiales son paupérrimos, la calidad de la fotografía es baja y demás. Hablo de las circunstancias, sentimientos, nuestro pasado, presente y futuro visualizado en una pantalla. Por un momento, hemos vivido, vivimos o queremos vivir esa historia. Ser el protagonista. Aunque, en cierto modo, ya lo somos.
Este sería el motivo por el cual películas como Alta Fidelidad (Stephen Frears, 2000), Beginners (Mike Mills, 2010) o 500 días de verano (Marc Webb, 2009) son o pueden acabar siendo películas de culto. Mencionar el factor de la música en cada una de las películas que por otro lado lo único que hacen es contar historias cotidianas. Por normal general, este tipo de cine suele recibir el nombre de indie. Aunque, personalmente, no confío demasiado en las etiquetas. Ni en la gente.
-¿Por qué dejas a todo el mundo? ¿Por qué dejaste que me fuera?
-Puede... que... porque nunca creo que vaya a salir bien, y luego me aseguro de que no salga bien.
Beginners
-¿Por qué dejas a todo el mundo? ¿Por qué dejaste que me fuera?
-Puede... que... porque nunca creo que vaya a salir bien, y luego me aseguro de que no salga bien.
Beginners
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