Nada más girar una calle ahí estaba ella. Es justo en ese instante cuando ella le mira fijamente y sin dejar nunca de sonreír. La mira. La mira mucho y fijamente. Le tiemblan las piernas. Coge su periódico y toma el bus que le lleva a la rutina.
¡Se ha enamorado de una sonrisa! Pero, ¿cómo es posible? Él, que ha estado con decenas de mujeres por las cuales no había sentido más que cariño, no se imaginaba una mañana sin verla.
Más de una vez probó a decirle un escueto “Hola, ¿qué tal?" Pero no puede, se queda paralizado. Los días pasaban rápidos como un fin de semana para un estudiante de la ESO. Por las noches pensaba en cómo sería estar con ella. Pero, ¿qué pasaría si llega a conocerla y descubre que no es más que otra mujer más? No, no, no. Eso no puede pasar. ¿Qué hacer entonces?
Así pasaron semanas y meses y ninguno de
los dos hizo nada. Mejor dejarlo todo así que luego vienen los chascos. La bolsa se desplomaba, Grecia era rescatada, el mundo se iba a la mierda y allí seguía ella. En su esquina.
Pequeño relato ficticio. Cualquier parecido con la realidad es simple coincidencia. O no.